De pronto,
esta conciencia triste
de que el mar
no nos ve; de que no era
esta
correspondencia mantenida
días y noches
por mi alma
y la que yo
le daba al mar sin alma,
sino en un
amor platónico.
¡Sí,
inmensamente ciego!
Aunque esta
luna llena y blanca
nos alumbre,
partimos las espaldas
del agua en
una plenitud de oscuridades.
Y no vistos
del mar,
no existimos
por este mar abierto
que cerca
nuestra nada en horizontes
verdes,
resplandecientes e ideales.
Este miedo,
de pronto…
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