viernes, 30 de diciembre de 2011

El Bebé Del Año Nuevo



La idea de utilizar un recién nacido para simbolizar el comienzo de un nuevo ciclo surgió en la antigua Grecia alrededor del año 600 a.C. En las fiestas dionisiacas, era costumbre hacer desfilar, como homenaje a Dionisos, dios del vino y de las francachelas, un bebé en un cesto de juncos, que representaba el renacimiento anual de ese dios como espíritu de la fertilidad. En Egipto se efectuaba una ceremonia similar representada en la tapa de un sarcófago que hoy se encuentra en un museo británico. Dos hombres, uno de ellos viejo y con barba y el otro en el apogeo de su juventud, aparecen en él portadores de un bebé en un cesto de mimbre.

Tan corriente era el símbolo del bebé del Año Nuevo en tiempos de los griegos, egipcios y romanos, que la primitiva Iglesia católica, tras no poca resistencia, permitió finalmente a sus miembros la utilización en celebraciones, con tal de que quienes participaban en ellas admitieran que el bebé no era un símbolo pagano, sino una efigie del Niño Jesús. Nuestra moderna imagen de un bebé en pañales y con el número del año en el pecho se originó en Alemania, en el siglo XIV, y apareció sucesivamente en ilustraciones y en canciones de cada época.

sábado, 24 de diciembre de 2011

NATIVIDAD


HOY CELEBRAMOS 
LA NATIVIDAD  DEL NIÑO JESÚS 
QUE LA PAZ Y LA FRATERNIDAD 
REINEN EN SUS HOGARES 
FELIZ NAVIDAD

viernes, 23 de diciembre de 2011

Nochebuena


Cuenta la historia en una Nochebuena fría como hoy, que una ciudad se vistió de gala porque fue anunciado por un heraldo que el Niño Jesús recorrería las calles de la ciudad transformando las almas de todos los que lo recibieran con el espíritu debido y brindando bendiciones sin precio a quienes tuvieran el privilegio de hablar con Él. Todo el mundo salió a las calles: pobres, ricos, ancianos, niños, hasta un sacerdote que elevaba una cruz al cielo y el rey, que iba acompañado de una corte magnífica.

También un muchacho llamado Luis, bondadoso e intrépido, salió de su hogar diciendo a su madre: "Aunque tenga que caminar toda la noche, veré al Niño Jesús y regresaré cuando haya conseguido una bendición de Él para ti y para mí." Su madre lo despidió con un beso y le dijo: "Ve, hijo mío, pero que tu alegría no se marchite si no te encuentras con Él porque en la búsqueda misma ya hay una bendición."

Era tan grande la multitud y la conmoción que todos con el deseo de llegar a los primeros lugares para ver pasar al Niño Jesús, procedieron con rudeza, pisoteando al cojo, empujando sin misericordia al mendigo que temblaba de frío, y sacaron a los niños del lugar que habían escogido para mirar.

Luis, aún temiendo que el Niño Jesús pasara sin que él pudiera verle por estar atareado, ayudó al cojo a levantarse y lo llevó a un lugar seguro. Al mendigo le prestó su abrigo y consoló a los niños que lloraban por la rudeza de los mayores.

Apareció también un niño harapiento que imploraba un pedazo de pan porque tenía mucha hambre pero nadie le hizo caso. El rey ordenó que sacaran de su camino al harapiento, mientras recogía sus vestiduras reales. El sacerdote apenas le dirigió una mirada bondadosa al niño.

Luis temblaba de frío, pero olvidándose de su propia necesidad, corrió al lado del niño que pedía pan, lo invitó a compartir con él el pobre abrigo de una puerta donde se había acurrucado y con la palabra cargada de bondad le dijo: "Hace frío y he prestado mi abrigo; de no ser así, podríamos compartirlo ahora. El pan está duro, pero es todo lo que tengo; y lo cierto es que cuando uno espera al Niño Jesús y anhela su bendición, no se sienten ni el hambre ni el frío."

Y sucedió que cuando el Harapiento quebró el pan para compartirlo con Luis, su rostro se glorificó y Luis, maravillado, comprendió que era el Niño Jesús quien estaba delante de él y cayó de rodillas, adorándolo.
Muchas veces esperamos a Jesús caminando glorioso y triunfante en nuestras vidas, pero pocas veces comprendemos que Él llega a nosotros de manera sencilla y humilde, como es un niño harapiento, esperando que le tendamos la mano. El amor de Jesus se manifiesta en nosotros en Navidad y durante todo el año, a través del servicio a los demás, especialmente de los más necesitados.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La Navidad No Es Un Cuento



Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, el niño del pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.

- Acércate- le dijo Jesús- ¿Por qué tienes miedo?
- No me atrevo... no tengo nada para darte.
- Me gustaría que me des un regalo - dijo el recién nacido.

El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:

- De verdad no tengo nada... nada es mío, si tuviera algo, algo mío, te lo daría... mira.

Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.

- Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy...
- No - contestó Jesús- guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.
- Con gusto - dijo el muchacho- pero... ¿qué?
- Ofréceme el último de tus dibujos.

El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús:

- No puedo... mi dibujo es horrible... ¡nadie quiere mirarlo... !
- Justamente, por eso lo quiero... siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.
- Pero... ¡lo rompí esta mañana! - tartamudeó el chico.
- Por eso lo quiero... Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo... Y ahora -insistió Jesús- repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron como habías roto el plato.

El rostro del muchacho se ensombreció, bajó la cabeza avergonzado y, tristemente, murmuró:

- Les mentí... Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto... ¡estaba enojado y lo tiré con rabia!
Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús- Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías, tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas... No tienes necesidad de guardarlas... Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi casa

Oración Para La Cena De Navidad


Hoy, Nochebuena, tenemos, de manera especial y como centro de nuestra familia a Jesucristo, nuestro Señor. Vamos a encender un cirio en medio de la mesa para que ese cirio nos haga pensar en Jesús y vamos a darle gracias a Dios por habernos enviado a su Hijo Jesucristo.

Gracias Padre, que nos amaste tanto que nos diste a tu Hijo.
Señor, te damos gracias.

Gracias Jesús por haberte hecho niño para salvarnos.
Señor, te damos gracias.

Gracias Jesús, por haber traído al mundo el amor de Dios.
Señor, te damos gracias.

Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que Dios nos ama y que nosotros debemos amar a los demás.
Señor, te damos gracias.

Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que da más alegría el dar que el recibir,
Señor, te damos gracias.

Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que lo que hacemos a los demás te lo hacemos a Ti.
Señor, te damos gracias.

Gracias María, por haber aceptado ser la Madre de Jesús.
María, te damos gracias.

Gracias San José, por cuidar de Jesús y María.
San José, te damos gracias.

Gracias Padre por esta Noche de Paz, Noche de Amor, que Tú nos has dado al darnos a tu Hijo, te pedimos que nos bendigas, que bendigas estos alimentos que dados por tu bondad vamos a tomar, y bendigas las manos que los prepararon, por Cristo Nuestro Señor, 
Amen

Zapatos para Jesús



Solo faltaban cinco días para la Navidad. Aún no me había atrapado el espíritu de estas fiestas. Los estacionamientos llenos, y dentro de las tiendas el caos era mayor. No se podía ni caminar por los pasillos. ¿Porqué vine hoy? Me pregunté.

Me dolían los pies lo mismo que mi cabeza. En mi lista estaban los nombres de personas que decían no querer nada, pero yo sabia que si no les compraba algo sé resentirían. Llené rápidamente mi carrito con compras de último minuto y me dirigí a las colas de las cajas registradoras. Escogí la más corta, calculé que serian por lo menos 20 minutos de espera.

Frente a mí había dos niños, un niño de 10 años y su hermana de 5 años. Él estaba mal vestido con un abrigo raído, zapatos deportivos muy grandes, a lo mejor 3 tallas más grande. Los jeans le quedaban cortos. Llevaba en sus sucias manos unos cuantos billetes arrugados.

Su hermana lucía como él, sólo que su pelo estaba enredado. Ella llevaba un par de zapatos de mujer dorados y resplandecientes. Los villancicos navideños resonaban por toda la tienda y yo podía escuchar a la niñita tararearlos. Al llegar a la caja registradora, la niña le dio los zapatos cuidadosamente a la cajera, como si se tratara de un tesoro.

La cajera les entregó el recibo y dijo: son $6.09. El niño puso sus arrugados billetes en el contador y empezó a rebuscarse los bolsillos.

Finalmente contó $3.12. Bueno pienso que tendremos que devolverlos, volveremos otro día y los compráremos, añadió. Ante esto la niña dibujó un puchero en su rostro y dijo: "Pero a Jesús le hubieran encantado estos zapatos".

Volveremos a casa trabajaremos un poco más y regresaremos por ellos. No llores, vamos a volver. Sin tardar yo le completé los tres dólares que faltaban a la cajera. Ellos habían estado esperando en la cola por largo tiempo y después de todo era Navidad.

Y en eso un par de brazitos me rodearon con un tierno abrazo y una voz me dijo: "Muchas gracias señor".

Aproveché la oportunidad para preguntarle que había querido decir cuando dijo que a Jesús le encantarían esos zapatos. Y la niña con sus grandes ojos redondos me respondió:

- "Mi mamá está enferma y yéndose al cielo. Mi papá nos dijo que se iría antes de Navidad para estar con Jesús. Mi maestra de catecismo dice que las calles del cielo son de oro reluciente tal como estos zapatos. ¿No se le verá a mi mamá hermosa caminando por esas calles con estos zapatos?"

Mis ojos se inundaron al ver una lágrima bajar por su rostro radiante. Por supuesto que sí, le respondí. Y en silencio le di gracias a Dios por usar a estos niños para recordarme el verdadero valor de las cosas.

martes, 20 de diciembre de 2011

El Sueño De María



Tuve un sueño, José.... no lo pude comprender, realmente no, pero creo que se trataba del nacimiento de nuestro Hijo; creo que si era acerca de eso.
La gente estaba haciendo los preparativos con seis semanas de anticipación. Decoraban las casas y compraban ropa nueva.
Salían de compras muchas veces y adquirían elaborados regalos.
Era muy peculiar, ya que todos los regalos no eran para nuestro Hijo. Los envolvían con hermosos papeles y los ataban con preciosos moños, todo lo colocaban debajo de un árbol. Si, un árbol, José, dentro de una casa.

Esta gente estaba decorando el árbol también. Las ramas llenas de esferas y adornos que brillaban.
Había una figura en lo alto del árbol, me parecía ver una estrella o un ángel, oh! Era verdaderamente hermoso.
Toda la gente estaba feliz y sonriente. Todos estaban emocionados por los regalos; se los intercambiaban unos con otros José, pero, no quedó alguno para nuestro Hijo.

Sabes, creo que ni siquiera lo conocen, pues nunca mencionaron su nombre; ¿no te parece extraño que la gente se meta en tantos problemas para celebrar el cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen?.
Tuve la extraña sensación de que si nuestro Hijo hubiera estado en la celebración, hubiese sido un intruso solamente. Todo estaba tan hermoso José y todos tan felices, pero yo sentí enormes ganas de llorar.
Que tristeza para Jesús no querer ser deseado en su propia fiesta de cumpleaños. Estoy contenta porque sólo fue un sueño, pero que terrible José, si esto hubiera sido realidad.

El Regalo De Navidad


Un amigo mío llamado Pablo recibió un automóvil de parte de su hermano como regalo de Navidad. En Nochebuena cuando Pablo salió de su oficina, un pilluelo estaba caminando alrededor del flamante auto nuevo, admirándolo. "¿Es este su auto señor?" preguntó.

Pablo asintió. "Mi hermano me lo regaló por Navidad."
El joven estaba asombrado.

"¿Quiere decir que su hermano se lo regaló y que no le costó ni un centavo?, vaya, ya quisiera…" Vaciló.

Claro que Pablo sabía lo que deseaba. Deseaba tener un hermano como el suyo. Pero lo que el muchacho le dijo sacudió a Pablo hasta sus talones.
"Desearía," continuó el chico, "poder ser un hermano como el suyo". Pablo miró al muchacho sorprendido, e impulsivamente añadió, "¿Te gustaría dar una vuelta en mi auto?"
"Claro que sí, me encantaría". Luego de un corto paseo, el jovencito se volvió y con los ojos encendidos, dijo, "Señor, ¿le importaría manejarlo frente a mi casa?"
Pablo sonrió ligeramente. Creyó saber lo que el mozalbete quería. Quería mostrar a sus vecinos que podía llegar a casa en un gran automóvil.
Pero se equivocó nuevamente. "¿Podría detenerse donde están esas dos gradas?" preguntó el muchacho. Subió los escalones.
Pronto Pablo lo oyó regresar, pero no venía rápido. Estaba cargando a su pequeño hermano lisiado.
Lo sentó al final de la grada, luego como que lo giró para que pueda ver el auto.
"Ahí está amiguito, como te dije adentro. Su hermano se lo regaló por Navidad y no le costó un centavo. Y algún día yo te voy a regalar uno igual a éste…así podrás ver todas las hermosas cosas en las ventanas navideñas que te he estado tratando de describir."
Pablo salió y levantó al muchachito y lo sentó en el asiento delantero de su auto. Luego su hermano mayor subió atrás y los tres empezaron un gran paseo navideño.

Esa Nochebuena, Pablo aprendió lo que Jesús quería decir cuando dijo, "Hay mayor alegría en dar…"

Dan Clark

lunes, 19 de diciembre de 2011

Carta de Santa Claus

 Esta es una carta escrita por Mark Twain en una navidad a su hija Susie. Twain recibió de su pequeña hija la carta para enviarla a Santa Claus y con el ánimo de preservar en ella el encanto de las fiestas y la imágen de Santa Claus, le escribió esta carta.

Mi querida Susie Clemens :
Recibí y leí las cartas que tu hermanita y tú me escribisteis por mano de tu madre y tu nany. También leí las que tú, criaturita, me escribiste con tus manitas – y que , aunque no utilizaste ni una de las letras del alfabeto adulto, sí usaste las que cualquier niño de la tierra o de las estrellas suele usar, sus manitas.  Como también me ocupo de los niños de la luna – que tampoco tampoco utilizan letras – entenderás que pude leer sin dificultad las fantásticas manchas que tú y tu hermanita bebé me enviasteis. Sin embargo, sí que tuve problemas con esas cartas que dictaste a tu mamá ; como soy extranjero, no acabo de entender bien el inglés. Habrás visto que no cometí errores con las cosas que tú y el bebé me pedisteis en vuestras cartas,-bajé por la chimenea a medianoche mientras dormíais y los dejé yo mismo. Y luego os besé a ambas, porque sois buenas niñas, bien educadas, con buenos modales, y las más obedientes que haya visto jamás- Sin embargo, en la carta que dictasteis a tu mamá hay algunas palabras que no estoy seguro de haber comprendido bien y un par de peticiones que no pude cumplir por estar agotadas. Nuestro último lote de mueblecitos de cocina de muñecas fué enviado a una niña muy pobre en la Estrella del Norte, en un país muy frío. Pídele a mamá que te enseñe la Estrella del Norte y tú dí: “Copito de nieve” (ese es el nombre de la nena) “estoy muy contenta de que tengas tú los muebles, porque los necesitas más que yo. “Has de escribirlo con tu manita; y ya verás como Copito de nieve te enviará respuesta. Si le hablases no te oiría. Intenta que tu carta sea muy ligera y delgadita porque la distancia es mucha y el correo si no se hace muy pesado. Había una palabra o dos en la carta de tu mamá de la que no estuve seguro . Verás : “un gran tocho de vestiditos de muñeca .” ¿Es eso? Hoy, alrededor de las nueve llamaré a la puerta de la cocina para cerciorarme …Pero no he de ver a nadie ni hablar con nadie excepto contigo. Cuando suene el timbre, George abrirá la puerta con los ojos cerrados. Después regresará de nuevo al salón con la cena. Debes decirle que camine de puntillas y que no diga una palabra o morirá. Entonces tú irás al cuarto de los niños, cogerás una silla y te subirás en ella para llegar al tubo comunicador que llega hasta la cocina y cuando me oigas silbar por él, dirás : "'Bienvenido,  Santa Claus". Yo te preguntaré si era un tocho lo que pediste o no. Si dices que sí, te preguntaré de qué color lo quieres. Pídele a mamá que te enseñe el nombre de un color bonito y después me dirás con detalle qué quieres contenga el tochazo exactamente. Después, cuando te diga: “Buenas noches y feliz Navidad Susie Clemens,” debes responder :“Buenas noches, Santa Claus, muchas gracias, y por favor dile a Copito de nieve que esta noche yo miraré su estrella y que ella mire hacia aquí, que estaré en la ventana que da al oeste y que cada noche miraré hacia su estrella y diré, “yo conozco a alguien allí arriba que me cae bien”. Después irás a la biblioteca y harás que George cierre todas las puertas abiertas del pasillo, y que todos esperen un momento. Iré a la luna, conseguiré lo que pediste y en unos minutos trataré de hacer bajar el tochazo por la chimenea que da al pasillo -si es un tocho lo que deseas –  ya que no lograría bajar semejante tocho por la chimeneita que teneis en el cuarto de los niños….¿sabes? Diles que pueden hablar si quieren , hasta que oigas mis pasos en el pasillo. Entonces diles que guarden silencio un momento hasta que yo vuelva a subir por la chimenea .
A lo mejor ni siquiera me oyes llegar -puedes ir y venir una vez y otra a escuchar por la rendija de la puerta del comedor hasta que lo logres.  Dejaré el tocho en el estudio, bajo el piano. Si dejo rastros de nieve en el pasillo, dile a George que lo barra hacia la chimenea, a mí no me dará tiempo de hacerlo. Pero George no debe utilizar escoba sino un trapo o morirá. Vigílale para que no corra peligro. Y si por casualidad mis botas dejasen manchas en el mármol, que George no las quite. Que las deje ahí como recuerdo de mi visita, para que siempre que las veas o se las enseñes a alguien te recuerden que has de ser buena. Así, si alguna vez eres traviesa y alguien señala a esas marcas que el buen Santa Claus hizo en el mármol, ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no pequeñina?  Hasta dentro de un rato, hasta que baje al mundo y llame al timbre de la cocina. Te quiere, Santa Claus, a quien a veces llaman “el hombre en la luna ”

Mark Twain

domingo, 18 de diciembre de 2011

Nochebuena

Pastores y pastoras,
abierto está el edén.
¿No oís voces sonoras?
Jesús nació en Belén.

La luz del cielo baja,
el Cristo nació ya,
y en un nido de paja
cual pajarillo está.

El niño está friolento.
¡Oh noble buey,
arropa con tu aliento
al Niño Rey!

Los cantos y los vuelos
invaden la extensión,
y están de fiesta cielos
y tierra... y corazón.

Resuenan voces puras
que cantan en tropel:
Hosanna en las alturas
al Justo de Israel!

¡Pastores, en bandada
venid, venid,
a ver la anunciada
Flor de David!...

Amado Nervo

sábado, 17 de diciembre de 2011

La Vendedora De Fosforos


¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos. Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas. La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes.

Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña. Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich!
¡Cómo alumbraba y cómo ardía!

Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien! Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad!

De pronto tuvo la ilusión de que el
ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría. Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico pesebre: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.

-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante. -¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más!

¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento! Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios. Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios.


¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser acurrucado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo. -¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien. Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.

Hans Christian Andersen

viernes, 16 de diciembre de 2011

La Pequeña Estrella De Navidad

 De entre todas las estrellas que brillan en el cielo, siempre había existido una más brillante y bella que las demás. Todos los planetas y estrellas del cielo la contemplaban con admiración, y se preguntaban cuál sería la importante misión que debía cumplir. Y lo mismo hacía la estrella, consciente de su incomparable belleza.

Las dudas se acabaron cuando un grupo de ángeles fue a buscar a la gran estrella:

- Corre. Ha llegado tu momento, el Señor te llama para encargarte una importante misión.

Y ella acudió tan rápido como pudo para enterarse de que debía indicar el lugar en que ocurriría el suceso más importante de la historia.
La estrella se llenó de orgullo, se vistió con sus mejores brillos, y se dispuso a seguir a los ángeles que le indicarían el lugar. Brillaba con tal fuerza y belleza, que podía ser vista desde todos los lugares de la tierra, y hasta un grupo de sabios decidió seguirla, sabedores de que debía indicar algo importante.

Durante días la estrella siguió a los ángeles, indicando el camino, ansiosa por descubrir cómo sería el lugar que iba a iluminar. Pero cuando los ángeles se pararon, y con gran alegría dijeron “Aquí es”, la estrella no lo podía creer. No había ni palacios, ni castillos, ni mansiones, ni oro ni joyas. Sólo un pequeño establo medio abandonado, sucio y maloliente.

- ¡Ah, no! ¡Eso no! ¡Yo no puedo desperdiciar mi brillo y mi belleza alumbrando un lugar como éste! ¡Yo nací para algo más grande!

Y aunque los ángeles trataron de calmarla, la furia de la estrella creció y creció, y llegó a juntar tanta soberbia y orgullo en su interior, que comenzó a arder. Y así se consumió en sí misma, desapareciendo.

¡Menudo problema! Tan sólo faltaban unos días para el gran momento, y se habían quedado sin estrella. Los ángeles, presa del pánico, corrieron al Cielo a contar a Dios lo que había ocurrido. Éste, después de meditar durante un momento, les dijo:

- Buscad y llamad entonces a la más pequeña, a la más humilde y alegre de todas las estrellas que encontréis.

Sorprendidos por el mandato, pero sin dudarlo, porque el Señor solía hacer esas cosas, los ángeles volaron por los cielos en busca de la más diminuta y alegre de las estrellas. Era una estrella pequeñísima, tan pequeña como un granito de arena. Se sabía tan poca cosa, que no daba ninguna importancia a su brillo, y dedicaba todo el tiempo a reír y charlar con sus amigas las estrellas más grandes. Cuando llegó ante el Señor, este le dijo:

- La estrella más perfecta de la creación, la más maravillosa y brillante, me ha fallado por su soberbia. He pensado que tú, la más humilde y alegre de todas las estrellas, serías la indicada para ocupar su lugar y alumbrar el hecho más importante de la historia: el nacimiento del Niño Dios en Belén.

Tanta emoción llenó a nuestra estrellita, y tanta alegría sintió, que ya había llegado a Belén tras los ángeles cuando se dio cuenta de que su brillo era insignificante y que, por más que lo intentara, no era capaz de brillar mucho más que una luciérnaga.

“Claro”, se dijo. “Pero cómo no lo habré pensado antes de aceptar el encargo. ¡Si soy la estrella más pequeña! Es totalmente imposible que yo pueda hacerlo tan bien como aquella gran estrella brillante... ¡Que pena! Mira que ir a desaprovechar una ocasión que envidiarían todas las estrellas del mundo...”.

Entonces pensó de nuevo “todas las estrellas del mundo”. ¡Seguro que estarían encantadas de participar en algo así! Y sin dudarlo, surcó los cielos con un mensaje para todas sus amigas:

"El 25 de diciembre, a medianoche, quiero compartir con vosotras la mayor gloria que puede haber para una estrella: ¡alumbrar el nacimiento de Dios! Os espero en el pueblecito de Belén, junto a un pequeño establo."

Y efectivamente, ninguna de las estrellas rechazó tan generosa invitación. Y tantas y tantas estrellas se juntaron, que entre todas formaron la Estrella de Navidad más bella que se haya visto nunca, aunque a nuestra estrellita ni siquiera se la distinguía entre tanto brillo. Y encantado por su excelente servicio, y en premio por su humildad y generosidad, Dios convirtió a la pequeña mensajera en una preciosa estrella fugaz, y le dio el don de conceder deseos cada vez que alguien viera su bellísima estela brillar en el cielo.

Pedro Pablo Sacristán

Sí, Virginia, Existe Santa Claus


El 21 de septiembre de 1897, el periódico New York Sun respondió en el editorial principal una carta de una pequeña lectora, que le preguntaba sobre la existencia de Santa Claus: 
Para nosotros es un placer responder de inmediato la comunicación de más abajo, expresando al mismo tiempo nuestra inmensa satisfacción por el hecho de que su fiel autora se cuente entre los amigos de The Sun:

QUERIDO EDITOR: Soy una niña de ocho años de edad.
Algunos de mis amiguitos dicen que Santa Claus no existe.
Papá dice, 'Si lo ves en The Sun es que existe'
Por favor, dígame la verdad: ¿existe Santa Claus?
VIRGINIA O'HANLON
115 WEST NINETY-FIFTH STREET.

Virginia:
Tus amiguitos están equivocados. Ellos han sido afectados por el escepticismo de una era escéptica. No creen más que en lo que sus ojos ven. Ellos piensan que no existe nada que sus pequeñas mentes no entiendan. Todas las mentes, Virginia, sean de hombres o de niños, son pequeñas. En nuestro vasto universo el hombre es un mero insecto, una hormiga, cuyo intelecto no resiste la comparación con el mundo ilimitado que le rodea ni, mucho menos, con la inteligencia capaz de aprender la totalidad de la verdad y el conocimiento.

Sí Virginia, Santa Claus existe. Su existencia es tan real como el amor, la generosidad y la devoción, y tú sabes que éstas abundan y dan a tu vida su máximo gozo y belleza. ¡Cuán sombrío sería el mundo si no existiera Santa Claus! Sería tan sombrío como si no hubiera Virginias. No existiría la fe infantil; no habría poesía, no habría romance para hacernos tolerable esta existencia. No tendríamos más gozo que el de los sentidos y la vista. La eterna luz con que la infancia ilumina al mundo se extinguiría.

¡No creer en Santa Claus! De la misma forma podrías no creer en las hadas. Tú puedes convencer a tu papá para que contrate hombres que vigilen la chimenea en Navidad y pillarlo, pero aunque no lo vieran bajar, ¿qué probarían? Nadie ve a Santa Claus, pero eso no prueba que no haya Santa Claus. Las cosas más reales del mundo son las que ni los niños ni los hombres ven. ¿Has visto alguna vez a las hadas danzando en el césped? Por supuesto que no, pero eso no es prueba de que no estén allí. Nadie puede concebir o imaginar todas las maravillas aún no vistas e invisibles que existen en el mundo.

Puedes romper la sonaja de un bebé para descubrir en su interior qué es lo que produce el sonido, pero hay un velo que cubre el mundo no visto que ni el hombre más fuerte, ni aún la fuerza unida de todos los hombres fuertes que hayan existido, puede romper. Sólo la fe, el amor, la fantasía, el romance y la poesía pueden apartar esa cortina y ver y mostrar la belleza sobrenatural y la gloria que están más allá. ¿Es todo ello real? Ah, Virginia, no hay en este mundo nada más real y permanente.

¿Qué no existe Santa Claus! Gracias a Dios él vive, y vivirá por siempre. Mil años después de ahora, Virginia, es más, diez mil años después, él continuará alegrando con su espíritu el corazón de los niños.

Francis Pharcellus Church

La Noche Antes de Navidad


Era la noche antes de Navidad, y todo en la casa era paz.
No se oía ni un ruidito, ni siquiera chillar a un ratón.
De la chimenea pendían los calcetines vacíos,
seguros que pronto vendría Santa Claus.

Sobre la cama, acurrucaditos y bien abrigados, los niños dormían,
mientras dulces y bombones danzaban alegres entre sus sueños.
Mamá con pañoleta, yo con gorro de dormir,
iniciábamos apenas, un largo sueño invernal.

De pronto en el prado surgió un alboroto,
salté de la cama y fui a ver qué pasó.
Volé como un rayo hasta la ventana,
jalé la cortina y abri la contraventana.

Blanca y suave era la nieve y dulce el brillo de la luna,
parecía mediodía en nuestra tranquila villa.
 Cuando para mi asombro vi pasar a lo lejos,
ocho pequeños renos y un diminuto trineo.

Conducía un viejecito, vivaracho y veloz,
y supe en seguida que debía ser Santa Claus.
Más rápido que las águilas, sus renos volaban,
y él silbaba y gritaba a sus renos llamándolos:

¡Vamos Destello y Relámpago! ¡Adelante Gambito, Danzarín y Cupido!
¡Jala duro Cometa! ¡Lleguen lejos Estrella y Lucero!
¡A la cima del techo! ¡A la cima del muro!
¡De prisa, de prisa, que los niños me esperan!

Cual hojas secas de un árbol,
remontaban al cielo al hallar a su paso alguna barrera.
Volaron así hasta posarse en la casa,  
Santa Claus, los renos y el trineo con juguetes.


En un parpadear, sobre el techo escuché
los pequeños cascos de los renos patear,
y al voltear la cabeza, entre cenizas y troncos,
por la chimenea bajo Santa Claus.

Abrigado con pieles, de la cabeza los pies,
Santa Claus se encontraba todo sucio de hollín.
Cual ropavejero, con un saco a la espalda,
descargó su equipaje y se puso a jugar.

¡Cómo brillaban sus ojos! ¡Cómo sus labios sonreían!
¡Se veía tan gracioso! ¡Su nariz parecía una cereza,
sus mejillas estaban rosadas,
y su barba, tan blanca, recordaba la nieve!

Su cara era amplia, y cuando reía,
temblaba su panza redonda,
como un gran tazón de jalea.

Al verlo jugando, gordinflón y rollizo,
como un duende gracioso, me reí sin querer.
Santa Claus guiñó un ojo y giro la cabeza,
de tal forma que supe que no había qué temer.

No habló ni una palabra y volvió a su trabajo,
llenó bien los calcetines, giro con rapidez,
y poniendo un dedo junto a su su nariz,
después, de un brinco subio por la chimenea.

Saltó a su trineo y silbó a sus renos, que arrancaron volando,
cual hojas de un árbol que el viendo arrastró.
A lo lejos pude escuchar que exclamaba:
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS Y PARA TODOS BUENAS NOCHES! 

jueves, 15 de diciembre de 2011

Rodolfo El Reno De La Nariz Roja



Hace mucho tiempo, existía un reno llamado Rodolfo, el unico reno en el mundo que tenía una gran nariz roja. Naturalmente la gente le llamaba "Rodolfo, el reno de la nariz roja".
Rodolfo estaba terriblemente avergonzado por su enorme nariz tan peculiar y los otros renos se burlaban de él. Su padre, su madre y su hermana tambien sentían pena por la desdicha de Rodolfo.Incluso él mismo se sentía muy apenado.
Una noche en víspera de Navidad, Santa Claus estaba preparando su trineo, alistando a todos sus renos, Brioso, Saltarín, Juguetón y los otros para dar la vuelta alrededor del mundo, llevando regalos a los niños.Pero de pronto una terrible tormenta se desató y la neblina cubrió toda la tierra, evitando que los renos pudieran remontar el vuelo y Santa sabía que con tanta niebla no podría encontrar una sola chimenea.De pronto, Rodolfo apareció para ver que sucedía, su gran nariz brillaba como nunca. Santa sintió que esa era la respuesta a su problema, así que llamó a Rodolfo y lo colocó al frente del trineo, delante de todos los demás renos, como líder.
Con esa gran nariz como guía los venados pronto remontaron el vuelo y Rodolfo condujo a Santa a cada una de las chimeneas.Esa terrible noche ni la lluvia, los truenos, la nieve o la niebla pudieron detener a Rodolfo que con su gran nariz roja iluminó el camino.Y así fue como Rodolfo se convirtió en el reno más querido y admirado de todos, esa gran nariz que un día lo hizo sentir tan mal, hoy era la envidia de todos en el mundo de los renos.
Santa Claus les dijo a todos los renos que Rodolfo había sido el héroe y desde ese día Rodolfo pudo vivir sereno y feliz.

martes, 13 de diciembre de 2011

Nacimiento Del Niño Jesús


Era un 24 de diciembre Maria y José iban camino a Belén, José iba a pie y Maria sentada en un burro.
Maria estaba embarazada y esa noche tendrá a su hijo, el que se llamara Jesús.

Tiempo atrás el arcángel Gabriel visitó a Maria y le dijo que en su vientre llevaba al hijo de Dios, al que debía llamar Jesús.

Maria y José buscaron donde dormir esa noche, pero nadie podía alojarlos, estaba todo ocupado.
Un señor de buena voluntad les presto un establo para que pasaran la noche, mientras José juntaba paja para hacerle una cama a Maria.

En el cielo nació una estrella que iluminaba mas que las demás.

En el oriente, lejos de Belén estaban tres sabios astrólogos, se llamaban: Baltazar, Melchor y Gaspar.

Ellos sabían que el nacimiento de esta estrella significaba que un nuevo rey iba a nacer.

Los tres sabios a los que conocemos como Los Tres Reyes Magos fueron guiados por la estrella hasta el pesebre del nuevo rey, Jesús.

El nuevo rey ha nacido dijeron los Reyes Magos, y le regalaron a Jesús oro, mirra e incienso.

Así como Baltasar, Melchor y Gaspar llevaron regalos a Jesús…
Ahora el viejito pascuero (Papá Noel) trae regalos en Navidad, celebrando cada año, el Nacimiento de Jesús.

El Angel De Los Niños

Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios:

- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir? tan pequeño e indefenso como soy.
- Entre muchos ángeles escogí uno para tí, que te está esperando y que te cuidará.

- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso basta para ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.

-¿Y cómo entender lo que la gente me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres?
- Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.

-¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?
- Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás hablarme.

- He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá?
- Tu ángel te defenderá más aún a costa de su propia vida.

- Pero estaré siempre triste porque no te veré más Señor.
- Tu ángel te hablará siempre de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.

En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo pero ya se oían voces terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos sollozando...

-¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre!. ¿Cómo se llama mi ángel?
- Su nombre no importa, tu le dirás : MAMÁ.

El Amor Y La Locura

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres.

Cuando El Aburrimiento había bostezado por tercera vez, La Locura como siempre tan loca, les propuso:
¿Vamos a jugar a las escondidas?

La Intriga levantó la ceja intrigada y La Curiosidad sin poder contenerse
preguntó: ¿A las escondidas? ¿Y cómo es eso?

Es un juego, explicó La Locura, En que yo me tapo la cara
y comienzo a contar, desde uno a un millón mientras ustedes se esconden y cuando
yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que encuentre ocupará mi
lugar para continuar el juego.

El entusiasmo bailó secundado por La Euforia. La Alegría dio tantos saltos que
terminó por convencer a La Duda, e incluso a La Apatía, a la que nunca le
interesaba nada. Pero no todos quisieron participar, La Verdad prefirió no
esconderse. ¿Para qué? si al final siempre la hallan. La Soberbia opinó que
era un juego muy tonto (En el fondo lo que le molestaba era que la idea no
hubiese sido de ella) y La Cobardía prefirió no arriesgarse...

Uno, Dos, Tres...; comenzó a contar La Locura. La primera en esconderse fue La
Pereza, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe
subió al cielo y La Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo que con su
propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.

La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía
maravilloso para cada uno de sus amigos, que si ¿un lago cristalino?: Ideal para
La Belleza. Que si ¿la hendija de un árbol?: Perfecto para La Timidez.
Que si ¿el vuelo de una mariposa?: Lo mejor para La Voluptuosidad. Que si
¿una ráfaga de viento?: Magnífica para La Libertad. Así terminó por ocultarse
en un rayito de sol.

El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio,
ventilado, cómodo... pero sólo para él.

La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (Mentira, en realidad se
escondió detrás del arco iris) y La Pasión y El Deseo en el Centro de los
Volcanes.

El Olvido... se me olvidó donde se escondió... pero eso no es importante.

Cuando La Locura contaba, El Amor aún no había encontrado sitio para
esconderse, pues todo se encontraba ocupado... hasta que divisó un rosal y
enternecido decidió esconderse entre sus flores.

Un millón; contó La Locura y comenzó a buscar. La primera en
salir fue La Pereza sólo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó a La Fe
discutiendo con Dios sobre Teología, y La Pasión y El Deseo los sintió en el
vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a La Envidia y claro, así pudo
deducir dónde estaba El Triunfo. El Egoísmo no tuvo ni que buscarlo; Él solito
salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas. De
tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a La Belleza y con La
Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin
decidir aún de qué lado esconderse.

Así fue encontrando a todos, El Talento entre la hierba fresca, a La Angustia
en una oscura cueva, a La Mentira detrás del arco iris... (mentira, si ella
estaba en el fondo del océano) y hasta El Olvido... que ya se le había olvidado
que estaba jugando a las escondidas, pero sólo el amor no aparecía por ningún
sitio.

La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la
cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencida divisó un rosal y las
rosas... y tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un
doloroso grito se escuchó: las espinas habían herido los ojos del Amor: La
Locura no sabía qué hacer para disculparse, lloró, imploró, pidió perdón y hasta
prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a las escondidas en la
tierra...

El Amor es ciego y La Locura siempre lo acompaña.

La Apariencia No Lo Es Todo

A veces la apariencia no lo es todo... John Blanchard se levantó de la banca, alisó su uniforme de marino y estudió a la muchedumbre que hormigueaba en la Grand Central Station. Buscaba a la chica cuyo corazón conocía, pero cuya cara no había visto jamás, la chica con una rosa en su solapa.

Su interés en ella había empezado trece meses antes en una biblioteca de Florida. Al tomar un libro de un estante, se sintió intrigado, no por las palabras del libro, sino por las notas escritas a lápiz en el margen. La suave letra reflejaba un alma pensativa y una mente lucida. En la primera página del libro, descubrió el nombre de la antigua propietaria del libro, Miss Hollis Maynell.

Invirtiendo tiempo y esfuerzo, consiguió su dirección. Ella vivía en la ciudad de Nueva York. Le escribió una carta presentándose e invitándola a cartearse. Al día siguiente, sin embargo, fue embarcado a ultramar para servir en la Segunda Guerra Mundial.

Durante el año y el mes que siguieron, ambos llegaron a conocerse a través de su correspondencia. Cada carta era una semilla que caía en un corazón fértil; un romance comenzaba a nacer. Blanchard le pidió una fotografía, pero ella se rehusó.

Ella pensaba que si él realmente estaba interesado en ella, su apariencia no debía importar. Cuando finalmente llegó el día en que el debía regresar de Europa, ambos fijaron su primera cita a las siete de la noche, en la Grand Central Station de Nueva York. Ella escribió: "Me reconocerás por la rosa roja que llevaré puesta en la solapa." Así que a las siete en punto, él estaba en la estación, buscando a la chica cuyo corazón amaba, pero cuya cara desconocía.

Dejaré que Mr. Blanchard relate lo que sucedió después: "Una joven venia hacia mí, y su figura era larga y delgada. Su cabello rubio caía hacia atras en rizos sobre sus delicadas orejas; sus ojos eran tan azules como flores. Sus labios y su barbilla tenían una firmeza amable y, enfundada en su traje verde claro, era como la primavera encarnada.

Comencé a caminar hacia ella, olvidando por completo que debía buscar una rosa roja en su solapa. Al acercarme, una pequeña y provocativa sonrisa curvó sus labios. "¿Vas en esa dirección, marinero?" murmuró. Casi incontrolablemente, di un paso para seguirla y en ese momento vi a Hollis Maynell. "Estaba parada casi detrás de la chica. Era una mujer de más de cuarenta años, con cabello entrecano que asomaba bajo un sombrero gastado. Era bastante llenita y sus pies, anchos como sus tobillos, lucían unos zapatos de tacón bajo." "La chica del traje verde se alejaba rápidamente. Me sentí como partido en dos, tan vivo era mi deseo de seguirla y, sin embargo, tan profundo era mi anhelo por conocer a la mujer cuyo espíritu me había acompañado tan sinceramente y que se confundía con el mío.

Y ahí estaba ella. Su faz pálida y regordeta era dulce e inteligente, y sus ojos grises tenían un destello cálido y amable. No dudé más. Mis dedos afianzaron la gastada cubierta de piel azul del pequeño volumen que haría que ella me identificara. Esto no sería amor, pero sería algo precioso, algo quizá aún mejor que el amor: una amistad por la cual yo estaba y debía estar siempre agradecido.

Me cuadré, saludé y le extendí el libro a la mujer, a pesar de que sentíaa que, al hablar, me ahogaba la amargura de mi desencanto. "Soy el teniente John Blanchard, y usted debe ser Miss Maynell. Estoy muy contento de que pudiera usted acudir a nuestra cita. ¿Puedo invitarla a cenar?"

La cara de la mujer se ensanchó con una sonrisa tolerante. "No sé de que se trata todo esto, muchacho," respondió, "pero la señorita del traje verde que acaba de pasar me suplicó que pusiera esta rosa en la solapa de mi abrigo. Y me pidió que si usted me invitaba a cenar, por favor le dijera que ella lo esta esperando en el restaurante que esta cruzando la calle."

No es difícil entender y admirar la sabiduría de Miss Maynell. La verdadera naturaleza del corazón se descubre en su respuesta a lo que no es atractivo. "Dime a quién amas," escribió Houssaye, "y te diré quién eres.".

lunes, 12 de diciembre de 2011

Romance del Nacimiento

Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,

abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,

entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,

festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.

San Juan de la Cruz

El Enemigo

Mi juventud no fue sino un gran temporal Atravesado, a rachas, por soles cegadores; Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros...