Cuentan los antiguos que en el principio del Tiempo las cosas eran tan distintas que en aquella época era la tierra la que se encontraba sobre el cielo. El problema fue que todos los desechos de la tierra comenzaron a caer sobre el cielo azul, dañando su inmaculada inmensidad, y sus habitantes se quejaron, pidiendo que las posiciones se invirtieran. El nuevo ordenamiento implicó reacomodar los vientos, las nubes y las aguas, y los seres que habitaban la tierra en el tiempo anterior se convirtieron en la humanidad-estrella.
Tiempo después comenzó a crecer un gigantesco árbol de la vida que unió todos los niveles del mundo. Los hombres vivían en la tierra, pero les era permitido subir a la copa del árbol para obtener comida con la única condición de que la compartieran con aquellos que por su edad ya no podían trepar. Todo funcionó bien hasta que un día los jóvenes se volvieron avaros y no quisieron compartir su alimento con los abuelos, por lo que estos elevaron sus quejas a los dioses. El castigo no se hizo esperar, el jaguar celeste atacó al joven Luna y partes de su cuerpo cayeron sobre la tierra, desencadenando un gran incendio.
El gran árbol fue destruido, y los hombres que se encontraban en su copa se vieron obligados a permanecer en el cielo, donde aún recorren la Vía Láctea tras las huellas dejadas por los ñandúes cósmicos. Algunos hombres pudieron salvarse escondiéndose bajo la tierra, y cuando todo el caso terminó, un piadoso escarabajo abrió un agujero por el que pudieron volver a la superficie.
Pronto se dieron cuenta que muy pocos hombres habían quedado con vida, por lo que recurrieron al sabio Tokjuaj para qué les indicara cómo debían multiplicarse. Tokjuaj tomó una larga espina, con la punta sacó el semen que los dioses habían escondido en las verrugas del lomo del sapo, y lo puso en los hombres para que pudieran procrear. Luego les explicó que debían reunir su simiente en un gran cántaro de calabaza, y de allí nacerían los nuevos hombres.
Una noche los hombres comenzaron a notar que parte de lo que cazaban o pescaban les era robado. Esto se repitió durante varios días, por lo que decidieron dejar algunos animales como vigías, y así fue que el carancho les contó que unos extraños seres bajaban del cielo para robar la comida y luego escapaban trepando por las lianas, como si de arañas se tratase. El carancho dijo a los hombres que volaría y les mostraría el lugar donde había visto esconderse a los ladrones, así podrían disparara sus flechas hacia ellos. Así se hizo, pero algunos de esos seres celestes cayeron y se incrustaron en la tierra. Los hombres recurrieron al tatú y este, utilizando sus grandes uñas, cavó hasta poder sacarlos.
Todos se sorprendieron al ver a estos individuos que se llamaban a sí mismas "mujeres". Sus rostros eran bellos, pero a diferencia de los hombres tenían dos bocas, una de las cuales se encontraba ubicada entre sus muslos. Uno de los hombres trató de acercarse, pero las mujeres huyeron a ocultarse en la selva, aunque el frío de la noche hizo que se aproximaran al fuego encendido en el poblado. Cuando abrieron las piernas para sentarse, Tokjuaj les arrojó una piedra mágica que hizo que se cayeran los dientes vulvares, y desde entonces los hombres y las mujeres pudieron unirse, dando nacimiento a niños y niñas.
Mito Mataco
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