En épocas muy remotas los únicos habitantes de la Patagonia eran los tachul, seres enanos. Pero un día la tierra comenzó a moverse, el suelo se agrietó, sordos truenos retumbaron en el espacio y de las profundidades surgieron nuevas montañas. La raza de los tachul se extinguió totalmente, y quedó sepultada en las cercanías del cerro Ashpech.
Tanto tronar y sacudir despertó al dios Seecho que había estado dormido toda una eternidad en el cráter del volcán de Pajel Kaike. Esperó a que todo estuviera tranquilo y cuando se asomó vio una enorme extensión de tierra cubierta de piedras sin ningún signo de vida. Fue entonces que pensó en crear una nueva estirpe de seres, los Aonikenk, hombres tan fuertes y aguerridos que pudieran sobrevivir en aquellas soledades.
Por el término de muchas lunas, Seecho trabajó pacientemente en la penumbra del cráter y decidió crear primero a todas las especies de animales que hoy pueblan la tierra. Cuando dio por terminada esta parte de su obra, los acompañó hasta que salieron a la luz y dejó que se alejaran por el camino que más les gustara.
Estaba por volver otra vez a las profundidades para comenzar con la tarea más difícil: crear al hombre, cuando se dio cuenta que los nuevos hombres que había imaginado necesitarían para sobrevivir algo más que fuerza; entonces tendió sus manos hacia uno y otro lado, cubrió de nieve las cumbres de las montañas, hizo surgir manantiales y lagos, creó bosques en las laderas de los cerros, extensos valles y mesetas.
Entonces sí volvió a su trabajo y una hermosa mañana cuando el sol calentaba la tierra, creó al cacique KeIchan, primer hombre de la nueva estirpe. Atado de una gruesa soga lo bajó con mucho cuidado por la ladera del volcán hasta depositarlo sobre la tierra. Ahí desató sus ligaduras y lo dejó solo.
El hombre abrió los ojos y regocijó su vista con los colores del cielo y de la tierra. Después movió sus piernas y caminando recorrió las cercanías del volcán. Al rato encontró un manantial y un poco más alejado descubrió algunas cuevas en las que se cobijó del frío de la noche. Pasó el tiempo y aprendió a cazar guanacos, comió la carne y con la piel cubrió su cuerpo desnudo.
Seecho contemplaba a Kelchan y lo dejaba hacer pero pronto se dio cuenta que no podía seguir viviendo tan solo; entonces creó una mujer para que le hiciera compañía.
Tiempo después salieron del cráter otros hombres y mujeres que también eligieron libremente el camino a seguir. Unos se internaron en los bosques, otros dirigieron sus pasos a las montañas o hacia las desiertas mesetas.
Y este fue el origen de los Aonikenk, hombres del sur.
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